El día de muertos es una de las festividades más importantes y populares en México, se festeja el
1 y 2 de noviembre. Es una celebración mexicana para honrar a los difuntos y se remonta a la era prehispánica.
La UNESCO nombró a esta celebración Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2008.
El día de muertos en visión indígena implica el retorno transitorio de las ánimas a los difuntos, quienes regresan a
casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en su honor.
La historia de una tradición
Nadie se escapa de la muerte, es un hecho. Sin embargo, pese al dolor que esta puede provocar de nuestros pueblos
indígenas hemos aprendido a percibirla como una etapa en la que debemos regocijarnos pues, como dijo Mario Benedetti
“la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”.
Esta celebración es originaria de la época prehispánica. Durante este período muchas etnias mesoamericanas
rendían culto a la muerte. Entre ellas, la etnia mexicana, cuyos dioses encargados de definir el destino de
las ánimas eran Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli.
Ambos eran señores del Mictlán o “lugar de los muertos”. Para llegar aquí, las almas debían lidiar y cruzar una serie de obstáculos
para poder conseguir el descanso eterno.
De acuerdo con el Códice Florentino, el Mictlán estaba dividido en función de la manera de morir. Por ejemplo, al Cincalco – casa
del dios Tonacatecutli – iban quienes murieron siendo infantes, pues al ser tan jóvenes se les consideraba inocentes. Otro sitio era
Tonatiuh Ichan – casa del sol – entraban aquellos
guerreros que morían en el campo de batalla.
No obstante, para que las almas iniciaran el trayecto, los vivos debían encargarse de acompañarles en la distancia por medio de
un ritual. El deceso se anunciaba con gritos y llantos que provenían de las mujeres ancianas de la comunidad. Después se envolvía al difunto
con sus objetos personales. Posteriormente, el cuerpo era simbólicamente alimentado con la comida más exquisita.
Con la llegada de la población europea el ritual sufrió un proceso de aculturación. Esta ceremonia se unió junto con la
celebración de los difuntos y se reinventó hasta ser concebida como la conocemos ahora.